lunes, 25 de agosto de 2014

Bank


Dos antorchas iluminan el habitáculo desde donde se observa todo el pueblo. Cuatro postes gruesos con maderos atravesados; esqueleto de la antigua alcaldía, la única estructura que el visitante observa antes de subir las escaleras y encontrar la, antes puerta de habitación, ahora entrada a la residencia del alcalde. Hoy las luces desafían la noche, dejando descansar al saloon, pues la asamblea se celebra ahí.


-¡Cómo que no! ¡Acaso pensáis guardar el dinero bajo la cama? ¡Cómo se nota que vuestras casas no están llenas de visitantes! Señores, cada vez vienen más, y así esperamos que siga, pero necesitamos un lugar seguro donde guardar las ganancias.

Vera se había incorporado de su asiento y apoyaba ambas manos sobre la mesa. Sus ojos reflejaban las llamas de los quinques y el tronar de su voz bien entrenada dejó perplejo al sheriff.

-Resulta, señorita, que lo peor de sus visitas acaba pasando por mi celda. Lo que quiero decir es que cuanto más concentrado esté el dinero, más goloso será para alguien hincarle el diente. 

Vera sonrió, hizo un leve ademán y, guardando la debida compostura, volvió a sentarse en su sitio. En ese momento, Edgar aprovechó el inciso...

-Debo decir que estoy de acuerdo con la señorita Vera. Cada vez viene más gente, la diligencia de Ángel llega casi siempre hasta los topes, y cada visita supone dinero. Una parte de nuestros visitantes son gente de negocios, dispuestos a sufrir una ruta más incómoda a cambio de tiempo; imagínense lo que ganaríamos con los servicios de un banco. No hablo solo de guardar dinero, sino de permitirles un acceso al dinero, evitándoles el trance de viajar con grandes sumas. 

-¿Y por qué no dejar que realicen sus trámites en su lugar de destino? Seguramente será así como lo han venido haciendo hasta ahora, al menos yo no he visto aun ninguna maleta llena de dólares ¿Para qué ofrecerles unos servicios que no van a usar?

-Reformulemos tu pregunta, Ángel: ¿por qué no ofrecerles un nuevo punto de encuentro? El saloon suple con creces las necesidades. Simplemente habría que reorganizar algunos muebles. Me he tomado la molestia de hacer números...

-Kornelius me ha dejado claro que estará de acuerdo en todo lo que diga siempre y cuando no se toquen las mesas de juego.

-Un momento, ¿alguno ha pensado el tipo de gente que va a atraer dicha actividad? Trámites en un lugar perdido en medio del desierto... si me sonaba mal lo de acumular el dinero, ya ni os digo respecto a esto. No tardarán en llegar alimañas buscando algo de privacidad para, a saber qué tipo de tratos.

-¿Y cual es su propuesta, sheriff? ¿Continuar como hasta ahora? Porque esto se está moviendo y hay que decidir si queremos estar arriba o dejar que nos pase por encima.

-No tengo ninguna propuesta, señor Edgar, tan solo expongo los problemas de lo que usted indica.

DeLoyd alzó las manos e intervino.

-Bueno, señores. Está claro que no hay unanimidad. Pero no es algo que deba preocuparnos, ni la ha habido ahora, ni antes; descartados los sobornos, chantajes y extorsiones tan dados en la política, por respeto a “el idiota”, solo queda hallar un acuerdo en el que ambas partes cedan y ganen por igual. Pero antes de proseguir, creo que es importante saber la opinión del resto de los aquí presentes. Así pues, comencemos por la señorita Tabitha.

-Comprendo las reservas del sheriff, pero es cierto que, al crecer los ingresos, vendría bien tener un lugar donde guardar dinero, así como poder obtener préstamos para comprar equipo necesario; todo el que haya sufrido la falta de calmantes convendrá en que el alcohol no es suficiente consuelo.

-¿Señor Edward?

-De momento no tengo nada que añadir a lo ya expuesto. Solo indicar que las fotografías del saloon y el lugar están causando furor en las ciudades más cercanas; así que espero que, se tome la decisión que se tome, no acabemos formando algo tan parecido al resto que acabe por perder todo interés.

-¿Señor Bison?

-Si va a facilitar el poder adquirir productos cuando no se disponga del dinero, voto sí. Lo de los negocios es algo que no me atañe y sobre lo que no me interesa discutir.

-¿Señor Jonowl?

-En lo del banco no opino, pero sí en lo que el hecho de crearlo suponga para nosotros. El sheriff ha hablado de perder las ganas y el empuje que nos llevaron a levantar esto de la bancarrota. Creo que tiene razón y deberíamos tenerlo en cuenta para lo que haya de venir. En base a ello, si se ha de poner un banco, lo más adecuado sería que este responda a los intereses del pueblo en primer lugar y después ya se ocupe de sus propios negocios.

-¿Señor Ángel?

-Los he llevado de todos los colores: señoritingos, gente buscando trabajo, viajeros varios y los que, como apuntaba Edward, vienen a ver el extraño pueblo levantado junto a una arboleda en medio del desierto; esa Canatia de la casa volante y el saloon partido con la campana en una de sus cimas. Si han de venir más, que vengan, que hagan los tratos que quieran, bienvenidos todos, porque tal y como vienen, se marchan, y lo único que queda es lo que siempre ha estado.

-De acuerdo, pues si nadie tiene nada más que decir, llega el momento de tomar una decisión.

Los rostros guardaron silencio, buscando miradas de complicidad, reflexionando sobre lo expuesto o sencillamente centrando su atención en la pulida superficie de la mesa de madera, hasta que el hombre de traje blanco hablara de nuevo.

-Pues bien, parece que la mayoría están de acuerdo en tener un banco para guardar los beneficios conseguidos. Del mismo modo parecen convenir en que este pueda ofrecer préstamos para solventar la falta de dinero en los momentos más complicados, y esto deberá hacerse en unas condiciones lo suficientemente cómodas, manteniendo a raya la usura, para con los habitantes de este pueblo; a fin de guardar los principios que “el idiota” hubiera querido. Respecto a los negocios propios del banco, así como cualquier contacto con otras entidades, responderán al criterio de su encargado, puesto para el que propongo al Señor Edgar Miller, siempre y cuando observe la legislación  vigente.

DeLoyd se levantó de la mesa y, dejando tiempo para que los presentes reflexionaran, se acercó al mueble bar donde tomó una buena botella de bourbon y comenzó, con calma, a llenar vasos y repartirlos entre los presentes.

-Bueno, si alguien no está de acuerdo con la decisión tomada, puede ofrecer otra alternativa. De no ser así, podemos celebrar el fin de la charla y el nacimiento de un nuevo negocio.

Pese a que fue Will Nake quien más dudas expresaba, algunos de los rostros, incluso aquellos que habían estado de acuerdo desde un principio, no pudieron evitar cierta sombra al pensar que aquello era el inicio de un cambio; de ellos dependía mantener el mismo espíritu que les llevó a aquella tierra o dejar que todo cambiara.

lunes, 18 de agosto de 2014

Despertar

Fuente de luz que aturde la vista y embota la mente. Primero sonidos, distorsionados por su propio eco, rebotando en el cráneo. Después imágenes, oscuras y temblorosas, que el cerebro no puede ajustar. Finalmente la inmersión completa: traqueteo continuo, olor a sudor, a tierra caliente, a planta amarga, a alcohol dulzón y el contraste de la blanda tela con la aspereza de la madera mal cepillada.

Intentó tragar tres veces, a través del cartón seco de su garganta, hasta que algo de saliva acudió en su ayuda. Arriba, los aros de metal se zarandeaban, moviendo el techo de tela del carromato. Intentó girarse, pero su cuerpo seguía con el frío inmóvil de un cadáver; solo sus manos exploraron con calma, deslizándose a través de la tela, hasta un muro de madera. No tardó en reconocer los bordes de un habitáculo estrecho en el que apenas cabía su cuerpo. Poco a poco fue recuperando el movimiento, apoyó las palmas de sus manos en la estructura de madera y se incorporó observando el ataúd en el que se encontraba.

Frente a él, un chorro de luz atravesaba la abertura de tela impidiendo ver nada más que el palanquín del conductor y un par de sombras recortadas, sentadas sobre él. Le costó distinguir el rostro de Lily, bajo el sombrero atado con un pañuelo, en el lado derecho y al inconfundible traje remendado del doctor Well a la izquierda. El viejo hablaba con tono enérgico, ademanes bruscos y agitaba las manos de forma enérgica hacia Lily.

-¡Miraos, parecéis putas con vuestras mejillas sonrosadas y vuestros labios pintados...

Pese a haber regresado de entre los muertos, el instinto seguía afilado. Cuando quiso reaccionar, su mano ya alzaba el revólver hacia el viejo parlanchín. El chasquido producido al amartillar el arma selló la boca del doctor. Lily se giró hacia One, con el rostro incrédulo y perplejo.

-¡Jimmy!

Entró de un salto en el carro y corrió a abrazarle con los ojos llenos de lágrimas. Pese a lo asegurado por el doctor, no creía poder volverle a ver con vida.

-¡Bienvenido, señor One! ¡Déjeme ser el segundo en darle la enhorabuena por realizar con éxito tan osado viaje, una proeza digna de un Ulises!

One seguía aturdido, incapaz de comprender lo que estaba pasando a su alrededor. Solo el revólver seguía apuntando a su objetivo con absoluta eficacia; su dueño, actuó en consecuencia.

-¿A quién llamabas puta, maldito viejo? ¿Qué demonios hago en un ataúd? ¿A dónde nos llevabas?

Lily besó su cuello, desdeñando los ojos desorbitados, el sudor y el pulso acelerado; acarició su mano con delicadeza y presionó con cuidado hasta que el arma abandonó su objetivo.

-Vamos, Jimmy, fue el doctor quien salvó tu vida. Él le dio a Blackwell la botella equivocada, solo un sedante que debía hacerte pasar por muerto.

One comenzó a ordenar la información que sus sentidos enviaban de forma alocada. Con la ayuda de Lily, levantó una de sus piernas y salió del ataúd, para sentarse en el suelo del carro, junto a un par de rollos de tela.

-¿Se encuentra mejor? No tema postergar sus agradecimientos, me hago cargo de lo arduo del viaje que ha realizado. En cuanto a aquellas palabras dedicadas a su señora, no eran sino muestra de mis habilidades en el campo de las artes escénicas... Shakespeare, mi querido amigo, palabras mayores, recitadas para goce y entretenimiento de su nívea amada.

-¡Al diablo con tus artes, maldito loco! ¡Esa botella podría haberme matado!

-A día de hoy, aun hay discusiones al respecto. Hay quien asegura que el sujeto llega, en realidad, a estar muerto; otros sin embargo niegan categóricamente esta posibilidad y afirman que no se trata sino de un estado de inconsciencia total... de todas formas, lo que sí es cierto es que en 3 de cada 4 casos, el sujeto sale con vida del proceso sin ningún tipo de secuelas.

-¿Tres de cada cuatro? ¿Y se puede saber que pasa con el cuarto?

-Bueno, de momento ve y escucha debidamente; parece capaz de razonar y articular palabras con cierta fluidez, así que solo queda analizar su coordinación. Eso tardará un poco más, dentro de unas horas saldremos de dudas; de momento guarde reposo.

Las fuerzas reunidas se agotaron; estaba exhausto. Por la abertura trasera del carromato veía el camino árido y polvoriento con las exiguas plantas silvestres de un pálido gris verdoso y el horizonte rojizo deformado por el sol. Sin embargo, seguía temblando, pese a la manta que Lily le había echado por encima, como si la misma muerte habitara aun en él.

Siguió el camino, mirando alrededor como el niño que traspasa por vez primera el velo del agua. Luces, colores, sonidos, aun llegaban atropellados; ahora fuertes, restallando en la cabeza; ahora quedos, apenas perceptibles. Miraba alrededor con ojos de buey, abrumado por el entorno, con el cálido contacto y el suave murmullo de Lily como único anclaje. No era capaz de saber qué decía, tan solo escuchaba el sonido, sumergiéndose en el ritmo y el tono, permitiéndose el lujo de ignorarlo todo, de ceder ante un abrazo.

No pudo ver los tres jinetes que se acercaban con paso lento y desafiante. Dos tipos sucios, pequeños y encogidos con afiladas caras de alimaña y otro, situado en medio, con porte digno y altivo, sombrero recto y bigote poblado, que en todo momento miraba a sus dos compañeros.

Well, hizo unas señas a Lily y habló en cuanto se acercaron lo suficiente.

-Buenas tardes, señores. Caluroso día, más aun para quienes sufren la desdicha de la pobreza. Vamos al sur a ver si tenemos más suerte que por estos lares. Nada es lo que hemos sacado por aquí y nada lo que lamentablemente podemos ofrecerles.

Los tres desenfundaron sus pistolas como principal argumento.

-Vamos al grano, viejo. Sabes perfectamente que la única forma de salir de aquí es dándonos todo lo que tengas.

Dos chasquidos de carga de escopeta y un mechón de pelo albino asomaron del carromato.

-Creo que no han entendido lo que les ha dicho mi amigo. En lo que a ustedes respecta, vinimos sin nada y sin nada se marcharán.

El hombre del sombrero recto echó un ojo a los dos tipos y sonrió hacia Lily.

-Señorita, somos tres. Déjese de tonterías.

No hubo respuesta, solo un silencio incómodo que se alargaba demasiado. El viento caliente pasaba entre las patas de los caballos, llevándose a lo lejos alguna brizna de hierba muerta. Y Lily siguió apuntando, esperando el respingo que la animara a apretar los gatillos, rezando por que el avispero se llevara por delante al máximo número de aquellos malnacidos. Well cogía con fuerza las riendas esperando el momento oportuno para pasar por delante del mismísimo infierno. Pero aquel tipo seguía aguantando la situación...

El disparo llegó de improviso, un tiro limpio: una sola bala que atravesó la cabeza justo en medio de la frente; rápida forma de dejar la vida. Cayó al infierno antes de que su sombrero recto tocara el suelo. Los dos compinches cruzaron miradas y abandonaron el lugar a todo galope, sintiendo en la nuca los cañones fríos de la escopeta que faltaba por hablar.

Well aflojó las riendas y soltó todo el aire contenido. Lily desamartilló la escopeta y echó un ojo dentro del carromato, donde One descansaba el brazo con el revólver aun humeante en la mano.

-Esos no son más que reyezuelos en cajas de cartón, actúan como si dominaran el mundo, es lo que quieren que se vea, pero en realidad solo son carroñeros que van a por quienes no presentan una verdadera amenaza. Hay que apuntarles primero a ellos, una vez muertos, el resto no suele tener verdaderos motivos para seguir la disputa.

-¡Maravilloso, joven amigo! Razonamiento rápido, agilidad para tomar decisiones y una excelente coordinación. Parece que ya puede estar tranquilo, no creo que haya sufrido ninguna secuela de su hipotético viaje por el Hades.

-Me alegro, ahora solo quiero dormir. Ah, y nada de amigo, doc. Ya hablaremos cuando despierte de nuevo, está claro que algo sacas de todo esto.

lunes, 11 de agosto de 2014

El precio de una vida

Sala pálida. Ropas negras, rostros tensos, sentados en vasto silencio. Luz de vela que deforma sombras, entre temblores, ante la madera de un muerto. Todos callan, miran al suelo, recordando otros tiempos. Aquellos en que el cadáver reía y caminaba; cuando amasaba fortunas, sin dar a nadie nada. Ahora las hienas guardan su ponzoña, afilan los dientes y salivan ante el olor a carroña.

-Estamos aquí reunidos, hijos míos, ante el cuerpo de un hombre rico. Su rostro, sus entrañas, su carne en definitiva, se pudre como la nuestra. Quisiera decir buenas palabras, pero lo cierto es que hallarlas me cuesta. Era ruin, avaro, tosco en el trato, cruel y pendenciero; por suerte, su fe le permite cambiar oro por cielo. No se enerven ni alarmen, hijos míos, si digo verdades; quien ha de juzgar todo lo sabe, dejen pues que exponga los hechos y no interrumpan hasta que todo acabe.

Las voces callaron, no sin reticencias, pues nadie agradece la puñalada sincera de quien no sufre las consecuencias.

-Todos cuantos aquí se encuentran, conocían los modos del cadáver de acumular dinero: pendencias, chantajes, extorsiones y muertos, Todos y cada uno de ustedes, mas dejaron que continuara sin vomitar un pero. Se apartaron del tren que arrollaba al vivir a plena caldera, mas siguieron sus vías, recogiendo migajas con el sueño de, algún día, alcanzar la tarta entera.

Se mantuvo el silencio, mas gritaron los rostros de unos a otros en miradas inquisitivas, muecas mayúsculas y gestos atronadores.

-No busquen chivatos, cómplices ni traidores; pues aunque todos se acusaron mutuamente, fue el fallecido quien, arrepentido, confesó antes de los últimos estertores. E hizo bien, pues cuando todo acaba, de nada valen las fortunas, el poder ni las armas. Cuando todo llega a su fin y el cuerpo arroja el alma, ya no acuden los fieles, buenos lacayos, que no sacan tajada. Y aquellos que esperan el premio, se mantienen callados, en la sala contigua; rezan como nunca, no por ofrecer un tránsito agradable a la otra vida; sino por que todo acabe, sin que haya cambios en la fortuna cedida.

Se escucharon algunas voces, quejas que comenzaron con fuerza y fueron bajando ante la certeza de lo narrado.

-Pero algo ocurre cuando uno abandona el mundo no habiendo dejado nada bueno atrás, cuando ya no son creíbles las mentiras; algo ocurre en la última partida, cuando, los más cercanos, solo esperan que se agote tu vida. Pensáis que no os importa, que la riqueza desterrará las melancolías, que todo da igual y que, tras la sombra, ya vendrá otro día. Vinisteis aquí pensando, hijos míos, en salir con las manos llenas, disfrutar del objetivo y, en cuanto a los medios, pasar por encima de ellos. Pero son esos medios, que todos conocíais, los que os incriminan, esos mismos medios en los que crecisteis y que reprodujisteis, los que a desconfiar os obligan, haciendo que supusierais en este extraño, la honestidad necesaria para llevar a cabo el trámite, desconfiando de cuantos vosotros mismos habíais propuesto.

Alguno se levantó inquieto, con el abandono en la mente, pero el sentido común echó por tierra dicho pensamiento. Ya no quedaba sino esperar a ver cómo se desarrollaban los hechos.

-Mas no os preocupéis, que soy siervo del señor, honesto y consecuente con la tarea que debo llevar a cabo. Estamos aquí para despedirnos de este, nuestro hermano, quien, a pesar de no haberlo decidido, se marcha directo a la otra vida con un galón de veneno acumulado. Dediquemos al menos unos momentos a pensar en su viaje, que sea lo menos traumático y llegue pronto a su destino, ya sea arriba o con el diablo.

Jamás, en la historia de aquella gente, hubo un segundo tan largo. Mientras el silencio frío inundaba la sala, el tronar de pensamientos se enmarañaba en un nudo sucio, pesado y amargo.

-Bien, llegamos al fin al esperado momento de la cosecha del muerto. Las casas y tierras repartidas tal y como él lo dejó estipulado; no estéis tristes que cada uno se lleva algo. Respecto a lo más importante, el lote de joyas y la potestad de la mina, es necesario que sepan que me fue ofrecida una última confesión de todos los actos cometidos, firmada por el difunto, signada también por el aquí presente y por otro que, pese a no ser amigo, es hombre honrado y bien vale de testigo. Reflexionando acerca de la naturaleza del muerto y su familia, de lo que es vivir y la oportunidad continua que el creador nos ofrece al darnos la vida; considero necesaria una muestra de arrepentimiento activa. El acto sincero y generoso de ofrecer al señor las joyas y la mina a cambio de conservar el más precioso gesto de redención que supone dicha confesión firmada.

El reverendo no esperó respuesta alguna. Antes de que las voces se alzaran en lógico despertar de ira, expuso la situación con mesura.

-Conocedor de la naturaleza humana y su recurrente ceguera, he considerado oportuno tomar alguna medida por si la cordura cediera. Sepan ustedes que, Fred, aquel testigo del que les informaba, va camino del juez con la confesión, solo por pasear, que no tiene en mente hablar con él, siempre que mi persona continúe consciente y sana. Si todo va bien y marcho con lo que ya está al señor cedido, llegará esta misma tarde el sobre con la confesión, bien cerrado y sin malentendidos.

El rumor nació como de presa surgido: quedo en inicio, acabó en torrente convertido. Mientras, el reverendo Zek abandonaba la sala con paso decidido, amable y sonriente, con la mirada ligeramente alzada y piadosa. Tras cerrar la puerta, dejando atrás al gentío, echó a correr con las joyas bajo el brazo y la mina en el bolsillo. A pocos metros esperaba Fred con los caballos, que montó de un salto al ver al reverendo llegar tan decidido.

-Vámonos, Fred, no sea que pronto nos sigan con ánimo de hacernos daño. Con mucha demora esta tarde verán que no hay firma, ni confesión, ni nada de cuanto he contado.

Las pezuñas expulsaron tierra y hierba por el camino. Uno y otro cabalgaron sin mirar atrás, hasta que la lejanía ahuyentó el peligro.

-Y digo yo, reverendo, ¿no verá el señor con malos ojos lo que ha pasado? Pues al fin y al cabo no se trata sino de estafa, de robo y engaño.

-Verás Fred, Él conoce mejor que tú y que yo, la naturaleza de aquella gente. Un nido de alimañas, que se aprovechaba de pobres diablos, buenas personas y alguna que otra alma perdida; por lo que a mí respecta, todo cuanto ha ocurrido era penitencia pensaba desde arriba y, por lo tanto, bien merecida. No rebajes tu moral elevada, noble y seria, extrapolándola a quien decide pasar por encima de ella.

lunes, 4 de agosto de 2014

La última cacería

La llama de candil ilumina una mesa de roble con sobres, dinero y notas arremolinadas. Al llegar al borde, la luz decae, mostrando entre sombras una lujosa alfombra, papel pintado en las paredes y el brillo dorado del marco de unos cuadros. A duras penas pueden verse los tres cuerpos, acurrucados en las esquinas, sosteniendo con un dedo el arma que de nada les sirvió.

Blackwell escudriñaba el lujoso armariete de nogal con incrustaciones de marquetería. El sonido de líquido y cristal les devolvió al fin la voz.

-Sabes, One, ha sido un verdadero placer trabajar contigo: Cob, Jules, los Sellman, los Morris; juntos hemos limpiado la zona.

El sheriff tomó dos copas del mueble bar y las llenó.

-No me extraña que estés contento, Blackwell. En teoría íbamos solo tras Jules, uno de los Sellman y el Señor Reims; vale que los Morris al completo tenían precio; pero sabes muy bien que todos y cada uno de los que han caído, sin que haya visto un dólar por ellos, suponían un problema para tí.

El sheriff esquivó uno de los cuerpos y, pisando el charco de sangre, se acercó con las dos copas.

-Tienes razón, me vino bien. Puede que en algún momento se haya forzado la situación más de la cuenta, pero has demostrado estar a la altura. No has cobrado demasiado... ¡Qué diablos, deberías estar contento! Ya ha acabado todo; Lily está bien y puedes empezar una nueva vida como One, el ayudante del sheriff Blackwell. Nadie recordará ya a Jimmy el forajido. ¡Brindemos pues!

One tomó la copa y la vació de un trago, engullendo con el líquido el odio acumulado. Mientras, el sheriff, dio media vuelta y, copa en mano, observó con detenimiento uno de los cuadros: el retrato frío, distante e iracundo del Señor Reims.

-Muchos dirían que era un hombre despreciable, que ni siquiera un artista supo encontrar algo bueno en él. En realidad supo captar perfectamente lo que le hacía especial; algo hay en ciertas personas, en su capacidad para infligir mal, que cuando sobrepasa cierta línea sublima lo reprobable en fascinación. Una vez alcanzadas esas cotas, ya no hay fronteras.

El cazarrecompensas escuchaba aquellas palabras, despreciables y, a la vez, extrañamente melodiosas. Notaba ahora el cansancio tras el nervio y se acercó a la mesa en busca de apoyo. Vio de reojo el armario de las bebidas y la botella abierta que destacaba, mugrienta, entre los elegantes recipientes de cristal. Aquella hechura, de forma cuadrada, y el papel raspado de la etiqueta, le recordaban al elixir de cierto medicucho viejo y farsante.

-Esta vez ha sido la más difícil de todas. Apostaste muy alto, sheriff. Podríamos haber traído a Doc, aunque solo fuera para hacer ruido con la escopeta.

-¿El viejo Well? No se acercaría a Reims ni por todo el oro del mundo. Hay rencores que no curan ni el paso de los años.

One no esperó más, venció el cansancio que se adueñaba de él y desenfundó hacia el sheriff.

-Entonces, ¿puedes decirme qué demonios hace esa botella ahí? ¡Qué me has dado, maldito cabrón!

Blackwell se giró condescendiente. Llevaba la copa aun en la mano y comenzó a verter el líquido sobre la alfombra.

-Comprendo tu enfado, Jimmy; la frustración, la ira y la decepción. Pero piensa en lo vivido, Tampoco lo hemos pasado mal. Debes comprender que no podría dejarte con vida, menos aun después de lo ocurrido con los Morris. No puedo fiarme ya de ti. Hasta aquí hemos llegado. Pero, tranquilo amigo, no habrá dolor; nada desgarrador, solo sueño.

Un hormigueo comenzó a chispear en los dedos de los pies y las manos. Apenas acertaba a mover el pulgar, haciendo un esfuerzo colosal para intentar, en vano, amartillar el arma.

-Nada puedes hacer. Piensa en Lily, ella está bien y seguirá estándolo si nada me ocurre.

Escuchaba la voz clara, en contraste con la figura borrosa que se deformaba por momentos.

-¡Cobarde! ¡No tienes valor para enfrentarte a mí!

Su propia voz comenzó a sonar más adentro de lo normal, cavernosa y profunda, como ahogada entre carne y huesos.

-Venga hombre, te he visto disparar. Uno debe reconocer sus limitaciones y no iba a jugarme la vida por el honor frente a un muerto. Anda, sé inteligente; tu tiempo ya ha pasado, piensa en Lily, dale una oportunidad y deja que todo acabe.

Se sintió cansado, más que nunca en su vida. Pensó en la demoledora certeza de lo escuchado, el final irremediable de su vida y la posible continuidad de otra.

-En tu mano está que este triste final tenga algún retazo de utilidad.

Sintió la presión del abrazo de un oso, cómo su pecho se comprimía y cómo tras cada exhalación apenas recuperaba un fino hilo de aire. Dejó caer los brazos, manteniendo el revólver siempre en su mano, demasiado pesado para alzarlo. Comprendió la realidad que aquella figura difusa le mostraba, que no podría recuperar las fuerzas, que estaba todo perdido. Pero pensó que si aun discernía, seguía consciente; y que si había consciencia, aun había esperanzas para un último intento.

-Descansa en paz, Jimmy, ahora ya solo eres la sombra de lo que fuiste.

Y la sombra venció la rigidez del muerto, alzó su brazo y dobló el pulgar hasta amartillar el arma. Escuchó el vaso chocando contra el suelo, mientras vislumbró la figura borrosa moverse con rapidez, adivinando el brillo metálico de un revólver abandonando el cinto. Apretó el dedo índice con todas sus fuerzas, disipando el hormigueo, hasta notar el encabritar del arma durante el destello. Esperó el estruendo enemigo, pero nunca tuvo lugar; solo sintió las gotas de sangre, chocando contra su rostro, segundos antes de que la oscuridad le invadiera, todo su cuerpo se paralizara y un hilo de baba cayera por la comisura de sus labios. Los latidos continuaron apagándose en un eco oscuro, una balsa queda, condenadamente fría y serena.

Entonces, como onda en estanque, irrumpió una voz vieja y carrasposa, cierto tono que le resultó familiar...

-¿One? ¿One, me oyes? Vamos, hijo, este no es sitio para ti.