martes, 16 de agosto de 2016

Acciones

Ilustración de Cortés-Benlloch

Cerró la puerta tras él. El silbido de la estufa le dio la bienvenida. Colgó el abrigo en la percha del pequeño descansillo, abrió uno de los cajones del viejo mueble, cogió pipa y tabaco y se asomó a la cocina.

—Cariño, ya estoy en casa.

—Hola.

Solo un hola, algo forzoso y apagado. La mesa descansaba vacía y no había cacerola alguna en el fogón.

—Pero, ¿y la cena?

Su esposa se quedó mirándolo mientras pinzaba con sus dedos el delantal.

—Ahora mismo iba a hacerla.

—Y, ¿qué has estado haciendo? ¿Ha ocurrido algo?

—Ha venido Abby, hemos estado hablando.

El alma de Peter resopló.

—No quiero saber nada del hotel; me he cruzado con el viejo Cook.

Ella calló inmediatamente, mudó el rostro y apretó aun más la tela.

—Y, ¿qué quería?

—Congraciarse. En un momento lloraba por Thorn y sus circunstancias, y al siguiente estaba intentando convencerme de que tomara partido por él.

—¿Pero te dijo algo más?

—¿Y qué más iba a decirme? Solo quiere sobrevivir a toda costa. Y aprovechar el momento para sacar tajada... Que tenías razón me ha dicho...

Una sombra de alivio iluminó su cara antes de regresar a la preocupación.

—Y, ¿te ha preguntado algo?

—No, ya te digo que todo cuanto le interesa es su ombligo. Y dejémoslo estar.

Ella puso una olla a calentar, Peter tomó dos pizcas de tabaco, cargó la cazoleta de la pipa y acercó una larga astilla al fuego. Cuando colocó la llama sobre las hebras, el tocino chisporroteaba en el metal caliente y un agradable aroma de patatas cebollas y zanahorias inundaba la cocina.

Peter dio una chupada a la pipa y soltó el humo con calma. Se quedó pensativo, mirando cómo se deshacían los hilos de la neblina.

—Habló de Owen y Tom.

—¿Quién, Cook?

Peter asintió mientras daba otra bocanada.

—Los nombró con toda tranquilidad e intentó engancharme con ellos. No le culpo, ¿sabes? La culpa es nuestra. ¿Cómo van a respetarnos si no hicimos nada cuando lo de Tad? Les decimos a gritos que hagan, porque pueden hacer. Porque mientras estemos bien, ¿qué importan los otros?

Ella lo miró y los dedos aligeraron su presión.

—Si pudiéramos hacer algo... pero ¿qué?, ¿qué medios tenemos? Estoy seguro que después de todo lo que ha pasado la gente... estamos más dispuestos. Ya no es la vieja Abby ni el cadáver de Tad, es Linda y el recuerdo revuelto de todos cuantos han sufrido. Porque las heridas tapadas duelen menos, pero siguen latiendo.

Una sonrisa, limpia y sincera, se dibujaba en el rostro de ella conforme iban sonando aquellas palabras y las manos liberaban el delantal.

—Bueno, lo cierto es que hay algo que puede hacerse...

—¿Qué quieres decir?

—Como te había dicho, ha venido Abby.

Peter dejó la pipa a un lado.

—¡Un momento, quieres decir que has estado hablando algo de esto con Abby sin contar conmigo?

—No me atrevía a decírtelo, pensé que a lo mejor te parecía mala idea, pero fui incapaz de negarme.

—¿Negarte? ¿Qué has hecho, mujer?

Ella se acercó a las cortinas, junto a la ventana a través de la cual vio a la joven por vez primera; apartó la tela y allí estaba la chica, tan joven y asustada como le pareció verla aquel día.

—¿Pero qué...?

—La ha sacado Abby del hotel. Estará aquí solo hasta que salga poco antes del amanecer. Hay más gente en esto, Peter. Esta vez no hay nombres ni planes públicos. Solo se actúa. Es como tú has dicho, cariño, esta vez sí que estamos respondiendo. Esta chica llegará al fin a su casa.

La réplica latía en la sangre de él con la fuerza del orgullo herido, pero una chispa de lucidez le hizo admitir que era lo mejor que podía hacerse; por la joven y por el mismo pueblo.

—¡Está bien! Escóndela, que nadie la vea ni la oiga. Si en algún momento las cosas se complican, salid por casa del señor River. Voy a por la escopeta, va a ser una noche larga.

 

A través de la ventana podía verse la calle principal, donde una procesión de trajes caminaba en silencio, describiendo el bamboleante vaivén propio de personas de su talla e importancia, hacia las puertas del hotel del señor Thorn.

Sonreían grotescamente y se miraban hambrientos y excitados. Estaban a punto de cruzar el umbral tras el cual podrían dar rienda suelta a sus más bajos instintos sin temer por la intachable y puritana imagen pública que tanto necesitaban proyectar.


 

Arriba, en el último piso del hotel, una pequeña ventana mostraba al poderoso señor Thorn, quien había levantado el pueblo tras el rechazo del ferrocarril. Él, el verdadero responsable de que todo hubiera continuado en marcha, miraba ahora sus cuentas: gastos varios y los ingresos, con los nombres de cada chica apuntados al lado. Recorría los datos con la misma forma mecánica con la que había hecho todo durante los últimos años, sin caras ni voces, solo números. Su dedo índice llegó entonces al renglón donde descansaba el nombre de aquella joven que trajo Bowler una noche de invierno; idéntica a otras muchas que llegaron en similares circunstancias, posiblemente menos reseñable que otras, y, sin embargo, fue incapaz de pasar a la siguiente línea.

Entonces, un escalofrío recorrió, eléctrico, su nuca; una sensación terrible que cristalizó en duda. Dejó a un lado el papel, observó hacia las casas del pueblo y la corazonada se tornó certeza.



FIN

lunes, 1 de agosto de 2016

Reveses


 Ilustración de Cortés-Benlloch

El eco del sol quedaba en el horizonte, una luz mortecina que apenas iluminaba la parte alta de los tejados. Aquí, en la calle principal, una silueta cerraba los postigos de las ventanas de uno de los edificios; allá, entre las calles, unos pasos cansados ayudaban a discernir otra sombra que se acercaba.

El señor Cook aun andaba con las palabras del joven Bill en la cabeza. Las piezas de ajedrez parecían moverse y los pequeños engranajes de su cabeza seguían en movimiento. Dio un último tirón de la contraventana para asegurarse y los pasos llegaron a sus oidos.

Peter caminaba cansado, había hecho la mayoría de los encargos a pie; no se atrevía a forzar el carro hasta poder acercarse a la ciudad o que otro herrero arraigara en el pueblo. Cada paso le acercaba más a su casa donde esperaban su mujer, una humeante mesa recién puesta y la paz del final de la jornada. Casi podía saborear los bollos recién hechos con la mantequilla fundida, hundidos en el cuenco de delicioso estofado, cuando adivinó entre las sombras la figura del viejo Cook. Entonces, su cuerpo hizo acopio de fuerzas y apretó el paso con la decisión que aporta un buen motivo.

El señor Cook adivinó al dueño de aquellos pasos y vislumbró por el rabillo del ojo la inconfundible silueta de Peter. Raudo, introdujo la mano en su bolsillo y agarró la pesada llave de hierro; la tomó con fuerza y se dispuso a realizar una estocada, clara y precisa, contra la cerradura. Escuchó los pasos de Peter acelerándose y su primer intentó acabó con el hierro golpeando fuera del blanco. Los pasos se alejaban y en su mente la figura se fundía entre las sombras. Jugó un as en la manga:

—¡Peter!

Más pasos dieron la respuesta. Sin tiempo que perder, embistió de nuevo el metal y por fin logró su objetivo. Giró y el primer cloqueo del mecanismo le animó a seguir; llegó el segundo chasquido y con el tercero la llave quedó liberada; sus pies comenzaron a actuar y aceleró el paso hasta ponerse a la altura de Peter.

—¡Peter! ¡Ey, amigo!

La tercera palabra dejó clavado a Peter; no sabía si detenerse o seguir como si no hubiera oído nada. Antes de decidirse tenía ya ante él al jadeante rostro enrojecido del señor Cook.

—¿Acaso no me oías? ¡Caray, otra carrera de estas y me da algo! Ya no somos los de antes, ¿verdad Peter?

—Los años no perdonan Cook, ni a ti ni a nadie. Como tampoco lo hará mi mujer si llego tarde.

Cook sonrió ampliamente mientras daba una palmadita en el hombro a Peter.

—Claro, ¡lo primero es la familia! Solo quería comentarte una cosa.

—¿Y bien?

—Es referente a lo que comentó tu mujer, lo de aquella joven... He de reconocer que posiblemente no hice el caso que merecía el asunto ni le di la importancia que debiera. Lo cierto es que pensaba que eran sensiblerías de mujeres pero, a día de hoy, poco se puede decir salvo que tu señora tenía razón. Pensé que podríamos tragarnos esa pequeña espina pero me equivoqué; se nos ha quedado clavada en el paladar. No hay más que ver todo lo que ha ocurrido; más aun con lo que tiene que venir.

—Lo que le ha pasado a este pueblo es algo que ya veníamos arrastrando.

Cook buscó en su bolsillo el reloj y lo apretó con fuerza.

—Quizás tengas razón, pero lo cierto es que ya está todo así. Ha habido mucho movimiento y es momento de decidir qué hacer. Desde lo de Bowler apenas se ve a Thorn y esa Maggy aprovecha cada vez más su ausencia para tomar las riendas.

—Cook, eso no es asunto mío.

—Estamos hablando de la mujer que mandó matar a Owen y al herrero.

—Se llamaba Tom.

—Eso, ¿ya los has olvidado?

Por supuesto que no, ¿te acordaste tú de ellos alguna vez? ¿O solo cuando viste cambiar las tornas? Cook, algo ha pasado y no sé hacia dónde nos llevará. Sé que estos tambaleos, estos juegos de poder, os quedan más cerca a vosotros que a mí; así que, en lo que a mí respecta, podéis seguir con vuestro ajedrez. Si algo ha valido la pena en todo este tiempo es la vida de esa joven y de cada uno de los que la dejaron para ayudarla; pues no tenía nada que ver en vuestros asuntos y puede que nada tuviera que ver con esa vida que le ofrecíais. Si hay alguien que merece siquiera nuestro aliento no sois vosotros que solo nos recordasteis cuando sacabais tajada. Quizás esto cae porque observamos poco y decidimos mucho, quizás porque seguimos un camino poco lícito mientras nos vanagloriábamos de lo contrario; puede que simplemente dejamos que todo ocurriera, pero lo cierto es que por primera vez los muertos pesan más allá de nuestras noches; lo cierto es que ahora puede que hallamos aprendido algo; me pregunto si vosotros también. Es posible que tengamos delante a otra gente o a la misma, lo que tengo bien claro es que mi vida es mía y pienso apostarla por mí, por los míos y por todo aquello que crea que vale la pena; ahí no tienen cabida vuestras palabras ni vuestros intereses; ahí...

Cook escuchaba con el ceño fruncido. Las primeras palabras pasaron rápidas, atento como estaba a la réplica, buscando el hueco con que contraatacar; mas no encontró hueco alguno. Los argumentos se encadenaban irremediablemente, como la chispa en la mecha de un cartucho de dinamita. Recibía la andanada mientras cerraba los dedos buscando la calidez áurea de su reloj. Sin darse cuenta apretaba cada vez más. Conforme escuchaba aquellas palabras lacerantes constreñía el puño y se esforzaba en mantener, alta y amplia, una sonrisa, cada vez más compleja e inconsistente. Aguantaba su ira notando la tensión en los dedos, hasta que, de pronto, la cadena se rompió y Cook no escuchó nada más. Solo vio a Peter ahí plantado, moviendo los labios, lejano, como a mil kilómetros de distancia. Las pupilas se destensaron y la imagen perdió su forma. Finalmente dejó de sentir olor alguno, ni frío ni calor. Se quedó allí en pie, entre las sombras, mientras la figura distorsionada de Peter retumbaba algo antes de partir.