lunes, 27 de octubre de 2014

Planes de futuro

Ruedas de carromato descansan entre el suave lecho de hierbas de un pequeño claro. Junto a un fino hilo de agua fresca, protegidos del sol de mediodía bajo las copas de los chopos, tres individuos se sientan alrededor de un cerco de piedras, donde vigorosas llamas crepitan y abrazan el oscuro fondo de un caldero. Huele denso, ligeramente salvaje, nutritivo; huele fresco, a tierra húmeda y libertad.


-¡Qué buen manjar!, ¡magnífico guiso! Gusto sabroso y potente, con un agradable eco dulzón en el paladar... es maravilloso lo que es capaz de hacer con sus simples manos, señorita Lily.

-Doc, como vuelvas a acercarte al caldero antes de que esté listo, incluiré el ingrediente original que  llevaba la receta, con cierto toque de licor.

Jimmy sonrió al ver la cara de complicidad de Lily y soltó una carcajada al ver que, por primera vez desde que comenzaran su andadura, los labios del Dr Well permanecían sellados y cierta mueca inquisitiva se debatía en si era mejor preguntar o mantenerse callado.

Una suave brisa peinó el lugar, trajo el olor a hierba, jugueteó con las llamas y atravesó, entre silbidos, las ruedas del carro. Acompañados por el rumor del riachuelo y el canto espaciado de los pájaros, descansaron de ferias y ventas, de ruidosas presentaciones, actuaciones histriónicas y la sonrisa constante de quien ofrece “lo mejor que alguien podría desear”.

-¿Sabéis?, podríamos vivir siempre así, lejos de toda esa locura. Hacía tiempo que no volvía a sentir el aire libre. De hecho, creo que es la primera vez que no lo hago por la necesidad de huir y aun a veces me cuesta acostumbrarme; dejar de escuchar todo cuanto hay alrededor, de buscar el peligro tras cada sombra y la amenaza en cada persona. ¡Maldita sea, que paz!

El viejo doctor se había acercado al carromato en busca de uno de sus elixires. Echó, feliz, un buen trago, secó sus labios con la manga del traje remendado hasta un nuevo origen y volvió.

-Está disfrutando de la conexión con el mundo, señor One. El ser humano reconoce la magnitud de cuanto le rodea e intuye su relación con el entorno. Es una experiencia grata, revigorizante, como estar cerca del mismo creador, como el calor del sol tras una noche fría. Ciertamente sería increíble vivir así, poder disfrutar siempre de este bienestar.

-Imagínate, doc, poder vivir sin estar adjudicado. Dormir donde te plazca, comiendo las bayas más frescas, carne recién cazada, sin echar cuentas a nadie ni pagar nada.

-Por supuesto, señores, sería perfecto; hasta que necesitáramos nuevas ropas, balas, café o tabaco, hasta que no baste con el agua limpia y clara para calmar la sed del borracho.

-Nada de borracho, querida Lily, digamos: amante tenaz de gustos claramente definidos. Pero la razón le asiste, demasiadas cosas dejaríamos atrás. Muchas comodidades a las que, desgraciadamente, ya nos hemos acomodado. En parte fue el mismo hombre quien se desterró del edén al crear todas estas necesidades que tan gratas y apetecibles son a nuestro espíritu.

-Bueno, doc, algo tengo que concederos. La verdad es que yo también necesito descanso, estoy un poco harta de ir de pueblo en pueblo con esa feria ambulante que te has montado. Al principio tenía hasta gracia; pero eso de la chica del hielo... la gente me observa como si fuera algo extraño. Hace tiempo pensé que viviría otro tipo de vida.

-Pues usted verá, señorita, pero el show nos ofrece dinero seguro. Es recomendable espaciar algunos de los lugares que hemos visitado, mas queda todo un país por delante que no llegaremos a recorrer en nuestra vida.

-Sobretodo tú, doc, que ya cuentas las canas por las hebras sanas. Lily tiene razón, no pasamos lo que pasamos para ir de pueblo en pueblo haciendo el ridículo. Quizás va siendo hora de  terminar con esto y cambiar de vida. Quiero establecerme en un sitio, pensar en vivir la vida normal que nunca llegué a tener, con quien realmente aprecio.

Lily iba a continuar hablando, mas calló en seco al escuchar aquellas palabras. Intentó contestar pero cierto rubor subió, rebelde, a su rostro, pudiendo solo emitir una mirada feliz y avergonzada hacia Jimmy que intentaba a su vez encajar lo que acababa de pronunciar. Jamás pensó que la idea de parar su loca carrera y compartir una vida, pudiera llegar a afectarla de esa forma.

-¡Caros amigos, habéis conmocionado mi alma! No sé cómo expresar tan gran satisfacción. Dejad que mis lágrimas broten y os cuenten fielmente cuánto amor siento ahora por ambos. No pocos habrían dejado a este pobre viejo solo en su carro, víctimas del egoísmo vil que crece en las entrañas de cuantos viven sin atender a aquellos seres cercanos y necesitados. No sé cómo celebrar la idea de irnos los tres a comenzar una nueva vida, en una casa desde donde ver los amaneceres y despedirme, cómodo, acompañado y caliente en mi, ya cercano, último ocaso.

Lily tragó su réplica en un mordisco al aire y hermético sellado de boca. Hubiera disparado su peor bala, pero algo en el gesto de aquel viejo farsante la frenó. Echó un ojo a Jimmy y vio a este mordiéndose el labio para sujetar la protesta. Era un borracho, mentiroso, egoísta, un pesado parlanchín hasta la saciedad, pero fue él quien curó a Lily, quien les salvó de Blackwell, aunque sacara tajada por ello; gracias a él consiguieron devolver a Jimmy a este lado de la ley y hacer del nuevo Jimmy One, un individuo con toda una vida llena de oportunidades por delante. Era un estafador, un individuo de la peor calaña que jamás les había hecho daño y cuya ayuda habían recibido sin esperar nada a cambio. Y tenían con él una de esas deudas que al cumplirlas devuelven al ser humano su verdadera esencia.

-Bien, entonces no se hable más. Ya lo tenemos claro, ahora habrá que pensar qué hacer.

Well sacó un papel de su chaleco, muy bien doblado: un contrato de trabajo para un lugar llamado Canatia.


-Yo... tengo un plan.

lunes, 20 de octubre de 2014

Primeras ascuas

Líneas rectas, sombras de carboncillo sobre el lienzo. A cubierto de un sol tranquilo, por la copa de un gran árbol y sombra agradable de elegante sombrero de paja. Lleva camisa blanca, amplia y arremangada y pantalones claros. Sentado sobre silla plegable, junto a la cruz y el montículo, pipa de maíz en mano; detiene un momento su obra y observa curioso al nuevo, que aguarda de pie, en medio del pueblo.

"Apreciado Sr. Sugart.
Lamento enormemente lo ocurrido en nuestro último encuentro. Imagino avergonzado su enojo pero, espero, se hará cargo de la imperiosa necesidad de mi partida. Cierto es que necesitaba urgentemente el dinero y que con su caso llegó la oportunidad; la amenaza de perder la vida varía notablemente esquemas y prioridades. No obstante, no piense que, en ningún momento, haya osado faltar a mi promesa. Gracias a ciertos contactos, he podido saber que llegó a Canatia sano y salvo y que no tuvo ningún problema con la gente de allí respecto a hacer efectiva la concesión de su herrería: mi más sincera enhorabuena. Quizás ahora piense que todas las precauciones que habíamos acordado, no eran sino excusas para asegurar un cobro mayor; ni se imagina la de veces que todo ello, y aun más, ha sido necesario para conseguir ratificar tratos de menor valía.
Pero vayamos a lo importante, el verdadero motivo de esta carta; y es que decidí no ponerme en contacto con usted hasta que pudiera realizar la parte de nuestro acuerdo que aun estaba a mi alcance. Es por eso que todo el cargamento que acompaña a esta carta responde al instrumental necesario para su herrería, así como un albarán del almacén de la ciudad en que nos vimos por primera vez, de forma que no le falte material con el que abordar el periodo inicial de su negocio. 
Si tuviera alguna otra necesidad, no dude en hablar con el dueño del almacén, el Sr. Morrison; él sabrá cómo contactar conmigo y yo, por mi parte, haré todo lo posible por conseguirle lo que sea menester. Lamento no poder ofrecerle dirección alguna, asuntos un tanto complicados de explicar requieren un continuo desplazamiento por mi parte. Pero sepa que tengo presente que una parte de nuestro acuerdo queda en el aire, a la espera de tiempos mejores.
Con la esperanza de poder ofrecerle los servicios necesarios o la devolución de la cantidad estimada en falta, me despido encarecidamente de usted. No queda sino desearle los mejores deseos para ese nuevo comienzo al que todos deberíamos poder acudir al menos una vez en la vida. Que cada golpe cuente, amigo.
Siempre a su disposición: Sr. Thomas Sammuel Willbur."

Ralph volvió a plegar la carta y echó un nuevo vistazo a las cuatro cajas de madera que había frente a él. Tomó un hierro y comenzó a hacer palanca descubriendo su contenido: un fuelle de madera vieja y enferma, un martillo de mango quebradizo, clavos y otros enseres, algunos doblados, otros tantos herrumbrosos y un mandil grueso y manchado de carnicero.
Se sentó un momento en medio de su parcela, entre los postes de madera de su futura casa, se quitó el sombrero y pasó la mano por la cabeza intentando saber qué demonios hacer con aquella chatarra. Fue entonces cuando ante él aparecieron las botas del hombre que lo trajo allí en su diligencia.

-Bueno, amigo, ahí tiene su material. Va siendo hora de que ponga en marcha esa fragua. 

Alzó la vista con una queja en los labios y vio el cuchillo que lucía aquel hombre en su cinto: de mango atado y hoja afilada hasta la saciedad. Observó la pieza de madera que sustituía a uno de sus brazos y los arreglos improvisados que el eje de la misma diligencia tenía. Echó un ojo a cada uno de los edificios, las casas y otras estructuras y comprendió que aun no se había dado cuenta del lugar en el que se encontraba. Emitió un quejido al levantarse y rebuscó en el instrumental hasta encontrar unas tenazas, las cerró y abrió un par de veces, hasta que el óxido saltó y comenzó a extraer los brillantes clavos de cada una de las cajas.

-Habrá que ir haciendo acopio de material, dudo que el crédito del almacén sea generoso y hay mucho que hacer por aquí.

Al poco llegaron más brazos para ayudar. Se intercalaron los golpes de martillo sobre clavos y el metal hendiendo madera con las bromas acerca del magnífico material recibido. Ofrecieron alguna que otra solución y comentaron, entre risas, las experiencias pasadas, de llegadas, carencias e inundaciones. Por un momento, recordó Ralph aquella foto en un sobre, único recuerdo del pasado, la gente sonriente con los esqueletos de madera al fondo. Y vio que pese a no haber verdes pastos, aquello era idéntico a lo que siempre había querido vivir. Por un momento, se vio de nuevo en aquella foto, no ya como el niño que correteaba entre los mayores, sino como el adulto que estaba construyendo su propio futuro a partir de la nada.

A lo lejos, DeLoyd activó las ascuas de tabaco, paladeó el aroma áspero y dulzón y volvió sonriente al carboncillo. Las líneas tomaban forma en el lienzo dispuestas en aquel extraño y atrayente conjunto de construcciones para formar un nuevo rótulo, “Herrería”, que, una vez colocado, pareció siempre haber estado allí. Por la comisura de los labios exhaló un hilo de humo y, mirando a la cruz del montículo, musitó en voz baja:

-Enhorabuena... lo has vuelto a hacer, maldito idiota.

lunes, 13 de octubre de 2014

Tocando a fuga

El sol abandona su reino y el frío conquista la tierra. Un corro apiñado, de presos sobre arena gris, dispuesto en medio del patio. A un lado quedan las rocas, heridas de pico y martillo, erguidas hasta el final; al otro las celdas vacías, barracones de guardia dormida y la casa del alguacil. Mas este cuadro que les presento, aun se mantiene en espera, ya que algo ocurrió antes de que tuviera lugar.

-Y es por eso, reverendo, que añoro sus calles, sus gentes, su vida y color; y por lo que la mera idea de respirar su aire, provoca en mí melancolía y amargo dolor.

-Malas son esas lamentaciones. Atender continuamente a lo desagradable, amiga, enquista el alma de tristeza y ahoga el hogar. Es joven y bien parecida, de redondeces, si me lo permite, gustosas, sano rubor en el rostro, bella mirada e interesante hablar. Necesita quehaceres para distraer su desánimo.

-¿Y qué más hago, reverendo? Paseos en carro, lectura sagrada y mundana, pinturas en lienzo, alguna copita espaciada y todo sin parar de rezar... He hecho todo cuanto me ha recomendado y sigue en mí este hastío: condenada telaraña de pena terrible que me rodea y, cuanto más intento apartarla, más fuerte me acaba de apretar. Solo encuentro alivio en estas visitas y aun así consumo el tiempo en el agridulce recuerdo del mundo que dejé atrás.

-Comprendo su vértigo, amiga. La añoranza mira extraña y deforma el sentido; dulcifica lo antiguo, amarga el presente, anula el futuro y muerde con fuerza al intentar apartarnos de su pesar. Insigne aliada que otorga el solaz del recuerdo; terrible enemiga si se escucha en demasía y no se sabe acotar.

-¿Qué hago entonces, reverendo? ¿Existe algún otro remedio?

-Ciertamente es difícil la respuesta, pues sigue su alma apuntando hacia el mismo redil. Debo decirle que no se me ocurre otra cosa que darle a su alma lo que anhela. Quizás tal insistencia no sea sino el eco de auxilio que su misma naturaleza no para de emitir.

-¿Y cómo volver? Sabéis muy bien cuánto significa esto para mi marido, ha puesto todo su empeño en poner en marcha este penal. Lo considera obra importante, fuente fija de ingresos y un gran servicio para el propio preso y la comunidad. ¿Cómo decirle que deje todo cuanto le importa para deshacer camino y volver a la ciudad?

-Sería injusto, es cierto, pero seguro que existe una forma de que todo vuelva a su orden sin que usted diga nada, ni él deba renunciar. De momento, sigamos intentando distraer el ánimo: ya que usted no puede ir, traigamos un poco de la ciudad. Organice una buena fiesta para los hombres de bien de aquí: una cena de gala con excelentes manjares, gustosas bebidas y dulces de navidad.

-Pues mire que es buena idea, con música, baile, charlas ajenas a prisiones y mi esposo a mi lado, presidiendo la mesa como en los grandes festejos que allá celebramos.

-¡Eso es, enhorabuena por la bocanada de vida, la sonrisa sana y el honesto respirar! Ahora veo que estamos en buen camino, pero tenga en cuenta que todo el mérito es solo suyo. Si en algún momento sintiera dudas, recuerde, amiga, que yo cargaré encantado con la culpa y hallaremos, al fin de tales pesares, la libertad.

Salió la señora, aquel día, henchida de ánimo, con sonrisa ilusionada, mirada viva y voz jovial. Atónito quedó el marido, agradecido al reverendo y contento al conocer la propuesta que tanto bien había hecho a su par. Él mismo se encargó de pedir lo necesario para el evento: dos carros repletos de comida y objetos que tras cuatro días entraron en el penal. Los presos colaboraron con desgana, mas sin queja alguna, “obedeced al reverendo, especialmente en aquellas partes del cargamento que os ordene esconder”, les había dicho el compañero inseparable del reverendo, aquel al que llamaban Fred. Y mientras, en las cocinas, el predicador ayudada a la esposa con las viandas más delicadas y enseñaba el secreto atesorado del ponche familiar.

-Como ve, se trata de algo sencillo, lo descubrió mi abuelo por accidente. Las guindas le dan cierto gusto dulce, el resto le ofrece un calor comedido y un suave final. No olvide lo más importante: removerlo un poco y dejarlo en descanso. Manténgalo cerrado en oscuro hasta el momento justo en que se vaya a tomar, ya que cuanto más tiempo repose, más rico sabrá.

Celebróse el festejo con el alguacil, su esposa, el reverendo invitado y todo el personal, exceptuando a los presos y algunos guardias que debían vigilar. No obstante, generosamente aconsejada por el reverendo, la señora ofreció comida y ponche a los que tan fielmente su labor desempeñaban; tan solo un plato y una copa, lo justo para probar las viandas y un par de tragos echar.

Esa noche descansaron como nunca. Durmió el alguacil y su esposa, durmieron los guardias de la fiesta y los que debían guardar; durmieron todos cuantos allí estaban menos los presos que en medio del patio iluminado por la luna, describiendo un círculo, atendían a Fred que, junto al reverendo durmiente, les transmitió las instrucciones que este tuvo a bien dejar.

-Dijo que cargáramos con él y utilizáramos los dos carros. Que una vez cruzado el desierto, cada uno buscara su camino, esperando que no cayerais en desgracia nunca más. Dijo también en cuanto a los guardias, el alguacil y su esposa, que los dejáramos a todos en paz; que dejáramos su carro y sus caballos intactos. Dijo que tras este desenlace el alguacil no habría de volver a dirigir prisión alguna y que se vería obligado a volver a la ciudad. ¡Y vámonos ya de una vez! No sé vosotros, pero yo tengo ganas de caminar libre, comer un buen filete y beber hasta perderme en las carnes de alguna mujer de jornal.

Marcharon todos, directos a por los dos carros del cargamento y a por el que usaba el alguacil; arramblaron también con los caballos y con las armas del personal. Lo siguiente no fue una pelea sino una batalla campal, pues, unos atacaron a otros, por hacerse un sitio en el transporte con el que escapar. Salió el primer carro medio vacío, con los tipos de dentro disparando sobre los demás. El segundo rompió una de sus ruedas al chocar de lleno con un puntal. Salió el tercero más lleno y pacífico, al ver la falta de oportunidad. Salieron por último todos los caballos dejando tras de sí un patio de cadáveres ensangrentados como único testigo de los presos del penal.

Y Fred, solo, único consciente en el patio, hizo acopio de agua, tomó un rifle, se cargó a la espalda al reverendo y, aprovechando el fresco nocturno, comenzó a caminar.

-Tu duerme, maldito reverendo, que solo nos queda el desierto. Duerme, pero reza en tus sueños como si el jodido cielo fuera a cerrar.

lunes, 6 de octubre de 2014

Doctor Well's Medicine Show

Tras varios días, el carro sigue imperturbable, fiel a su senda. Allá a lo lejos, con la loma a punto de rozar el cielo, se adivinan las cimas de cordilleras de edificios, erigidas a ambos lados del camino. Es allá donde el blanco arenoso muda el bordeado marrón grisáceo de las plantas, la tierra rojiza y las rocas; por maderas pintadas, carteles con grandes letras y el alegre movimiento del bullicio de la gente. 

-¡Ey, Doc! ¿Qué tal si dejas la botella tranquila?

El viejo izó el vidrio, acabando con buena parte de su contenido, y contestó desde el palanquín, sin apartar la vista del camino.

-Dígame, querido One, ¿qué mejor vendedor hay, sino el principal valedor del producto que ofrece?

-¿Qué tal aquel que guarda algo de su mercancía para el cliente?

-¡Oh, vamos! Aun quedan botellas suficientes para dar sosiego a todos los afligidos de estas tierras, ¡qué digo, de este país! ¡Si alguno queda sediento, por lejos que esté, no será el Doctor Well quién le deje en la estacada; pues aunque las canas adornen mi cabello, las nieblas acechen mis ojos y viejos rencores atenacen mis piernas, este tónico me devuelve la vida! ¡La fuerza equina que mueve este carro, camina sin descanso, rastreando la sed! ¡Y no habrá nadie, ni una sola alma apenada en todo este territorio, a quien el Doctor Well no devuelva la fe!

El viejo gritaba alzado en su palanquín. Con una mano aferraba las riendas y con la otra esgrimía la botella hacia el cielo, balanceándose, enrojecido, en un equilibrio imposible de comprender. 

-Menos mal que compramos candados para el resto del cargamento...

Lily emitió sus palabras susurrando a One; apenas una brisa leve ante el vendaval que comenzaba a desplegar el viejo doctor. Y sin embargo, este escuchó, soltó su orquesta y se giró hacia el interior del carromato, dejando a los animales continuar a su aire.

-¡Gracias, bienaventurada Lily! ¡Pues poco menos ha de decirse a las que como tú, pertenecen al más bello sexo! ¡Vosotras, injustamente culpadas del primer pecado, ofrecéis generosamente el perdón; pues aunque haya quien lo niegue, es necesaria tan dura prueba, para obtener, una vez superada, la dulce y grata redención! ¡Y no creas que exagero, porque deberías saber que hasta un alma perdida como yo, dejaría todo cuanto le ofrece el diablo, por un reconfortante abrazo y el par de sonrisas que descansan en ti!

Miró One con cara de pocos amigos. Miró Lily también, calculando el momento adecuado para poderlo empujar; mas el pueblo asomaba y, después de todo, aquel viejo borracho sabía lo que debía hacer. Con la mirada fija en el pueblo, apuró el último trago, recolocó chaleco y pajarita, asentó el sombrero y comenzó a aclarar la voz.

-De acuerdo hijos, no escuchéis a este viejo con odio o rencor. Vamos allá, ya sabéis como van las cosas. 

Hicieron los últimos retoques mientras entraban en el pueblo. Paró el doctor, dejando el carromato con las letras bien visibles, su efigie dibujada sobre la madera, junto al de una bella muchacha y un aguerrido pistolero. Bajó con un bastón y un taburete, y sobre él invocó su orquesta.

-¡Acérquense bellas damas y bravos caballeros! ¡Solo 10 centavos! ¡Que vengan los niños y ancianos! ¡Sean todos bienvenidos a este espectáculo! ¡El Doctor Well's Medicine Show está aquí para ustedes! ¡Observen a la hija del hielo, belleza nívea encontrada por una de las más importantes expediciones en los perdidos confines boscosos del gélido norte. Maravíllense del contraste de sus dulces y melodiosos rasgos, su mirífico cabello albo y el frío seco e imponente de la fuerza de su mirada! ¡Vean a One, uno de los más certeros pistoleros, defensor de las damas, compadre sin par y el más letal de los enemigos. Asómbrense con su legendaria puntería: sombreros, monedas, incluso pulgas es capaz de acertar a casi cualquier distancia! ¡Acérquense también aquellos que tengan algún mal: dolor de cabeza, reúma, fríos nocturnos, temblores, calores, sudoración, dolor de muelas, ahogos, apatías y cualquier otro tipo de mal interno o externo. Dense un premio, disfruten del espectáculo, adquieran un tónico del Doctor Well y gocen la ausencia de los males que les aquejan! ¡Vengan amigos, solo 1 dólar por el paraíso en el que el único desterrado es el mal!